domingo, 3 de marzo de 2013

LA VENTANA DEL MAYOR (129)

 Pasado, presente y futuro de la vejez

En la prehistoria la longevidad era considerada como un valor especial. Los brujos eran los ancianos de la tribu, depositarios del saber y transmisores de la memoria. El anciano se constituía en símbolo de supervivencia y, por lo tanto, dotado de gran admiración. La palabra anciano en la cultura egipcia, significaba sabiduría, siendo una de sus funciones  la de educadores, guías y consejeros de los más jóvenes.


Sin embargo, para la sociedad griega que adoraba la belleza, la vejez no podía menos que significar una ofensa al espíritu. La vejez era considerada como un castigo. En el imperio romano  el anciano fue un personaje muy considerado. Era el Pater Familia, que ostentaba gran poder en la familia y sobre los esclavos. Se confiaba el poder político a los hombres de edad avanzada. 



En la “Alta Edad Media” los ancianos  formaban parte del conjunto de los desvalidos y la vejez se convierte en un símbolo negativo  La vejez en el cristianismo de la Edad Media es la imagen de la fealdad y la decrepitud que representa al pecado y sus rechazadas consecuencias. Sin embargo, la llegada a Europa de la peste negra en el siglo XIV que afecto especialmente a niños y adultos jóvenes, dio lugar a que el número de personas mayores tuviese un considerable incremento relativo lo que las convirtió, nuevamente, en patriarcas, recuperando posición social, política y económica. Durante el Renacimiento vuelve a aparecer la idea de la belleza de la cultura griega, lo que provocó el rechazo sin disimulo a la vejez El desprecio a la vejez se manifestó en las artes y en las letras. La creciente población de jóvenes, el uso de la imprenta y la sistematización de los registros parroquiales, provocan que los ancianos pierdan ese rol de ser la memoria viva de los grupos.
El cuidado de las personas mayores   durante siglos había sido realizado desde la familia, sin ningún tipo de remuneración y entendido como un deber independiente y familiar. Es con la llegada de la Revolución Industrial, cuando al ser humano se le valora por el trabajo que ha realizado y el Estado se organiza para compensarlo ante el resto de la sociedad.  Durante la modernidad se inventa lo que hasta nuestros días hemos llamado “jubilación. En el mundo contemporáneo, las ciencias aplicadas, como la medicina y sus ramas: la geriatría y gerontología, influyen definitivamente en la vida de las personas mayores posibilitando el incremento de la esperanza de vida. Sin embargo, y dados los vertiginosos avances tecnológicos, las personas mayores no solamente dejan de ser depositarios de sabiduría sino que al contrario, se ven vorazmente alejados del conocimiento moderno, debido a que se considera que ya no aprenden. La época actual se caracteriza por una cierta decadencia del concepto de experiencia. En un mundo que elogia la novedad, la experiencia no es tan apreciada porque representa el pasado, indeseable.

La prolongación del período post-jubilación, conlleva a un empobrecimiento progresivo, agravado por la mayor necesidad de asistencia/gasto médico y la menor cantidad de población económicamente activa. Ello se ve influenciado por tasas de fecundidad y natalidad que continúan descendiendo y por el debilitamiento de los vínculos familiares que ponen a los más viejos en una situación de potencial desamparo.



Todos tenemos una edad biológica  pero  también una edad psicológica que se vincula con habilidades adquiridas y capacidad de adaptarnos. Sin olvidar la edad social relacionada con el papel que el mayor desarrolla en la sociedad o       que ésta le impone. Es por eso que debemos encontrar mecanismos que promuevan el envejecimiento activo, tema a investigar seriamente. Considerar a los mayores  como personas que pueden dar a la sociedad y no como una carga para la misma





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